Si mi marido se entera…

Gancho: ¿Alguna vez has sentido una conexión tan intensa con alguien, que simplemente no puedes ignorarla, aunque sepas que desatará un torbellino de emociones complicadas?

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La historia comienza:

La primera vez que lo vi, estaba oculto entre las sombras de la biblioteca del campus. Yo acababa de entrar, buscando una novela que necesitaba para mi clase de literatura. Había algo en la forma en que su mirada se cruzó con la mía, una chispa que me dejó sin aliento y totalmente desarmada.

Me llamo Carolina y soy profesora de literatura en la universidad local. Puedo decir sin falsa modestia que tengo una vida que muchos envidiarían. Estoy casada con un hombre maravilloso, Javier, que me adora, y tenemos dos hijos que son nuestra alegría. Pero hay algo en mi vida que me resulta insuficiente, una falta de emoción ardiente que nunca supe que anhelaba hasta que conocí a Daniel.

Daniel es uno de nuestros bibliotecarios. Podría ser considerado atractivo por la mayoría, no era el clásico hombre que podría describirse como un «rompecorazones», pero había algo en él, una mezcla de intelecto y misterio, que me atrapó. La forma en que analizaba una hoja de papel antes de pronunciar una palabra, su voz cuando leía en voz baja y la seriedad con la que tomaba su trabajo… todo en él irradiaba una energía sutilmente magnética.

Era una tarde lluviosa cuando mi vida dio un vuelco. Necesitaba preparar una serie de lecturas para mis estudiantes y sabía que Daniel era la persona indicada para ayudarme. Decidí que no había otro remedio que ir a la biblioteca y pedirle consejo.

«Dani…», comencé titubeante, aunque rara vez lo llamaba por su nombre tan familiarmente, pero había algo en la intimidad de la situación que lo requería. «¿Podrías recomendarme algunos libros para mi curso?»

Él levantó la mirada de su escritorio, sus ojos claros capturando los míos con una intensidad casi surrealista. «Por supuesto, Carolina. Dame un momento.» Cada palabra que pronunciaba parecía pesar en el aire, como si fueran más que simples sonidos.

Mientras recorría con él los estantes llenos de libros, nuestras manos ocasionalmente se rozaban y una corriente eléctrica recorría mi piel. Me preguntaba si él también lo sentía. Decidí que tal vez solo era mi imaginación, hasta que nuestras manos se encontraron una vez más y esta vez, la suya no se apartó rápidamente como antes.

Se detuvo frente a mí, tan cerca que podía oír su respiración. «Carolina», dijo lentamente, observándome de una manera que hizo que mi corazón acelerara. «¿Te has sentido alguna vez atrapada en una vida que parece perfecta, pero que secretamente anhelas algo más?»

Mis labios se entreabrieron, pero no pude responder. ¿Cómo supo él? En ese momento supe que Daniel no solo era un bibliotecario; era un libro en sí mismo, lleno de capítulos por descubrir, cada uno más intrigante que el anterior.

Decidimos ir a un café cercano, uno que solíamos frecuentar con colegas, pero aquel día parecía un mundo aparte, apartado del bullicio común. Los árboles mojados por la lluvia y el ruido del tráfico a lo lejos creaban una atmósfera íntima y acallada. Nos sentamos en una esquina, apenas iluminados por una lámpara tenue.

Durante horas, nos sumergimos en conversaciones profundas sobre literatura, deseos y, finalmente, nuestras vidas personales. Descubrí que Daniel, a pesar de su exterior sereno, era un hombre con sus propias luchas internas, buscando algo más allá de lo cotidiano.

«Carolina, debo confesarte algo», dijo de repente, eligiendo cuidadosamente sus palabras. «Desde que te vi entrar por primera vez en la biblioteca, algo en ti me atrajo como una fuerza gravitacional. No he podido dejar de pensar en ti.»

Sus palabras fueron como una brisa refrescante y peligrosa al mismo tiempo. Sabía lo que aquello significaba y también el riesgo que conllevaba, pero no podía negarlo, algo en Daniel me llamaba como un canto de sirena.

«Daniel, yo… No sé si esto sea lo correcto. Estoy casada y tengo hijos. Pero no puedo negar lo que siento.» Mi voz era apenas un susurro, cargada de emociones.

Nos quedamos en silencio, conectados únicamente por la mirada. Finalmente, con un leve asentimiento, Daniel me tomó de la mano. La calidez de su toque se expandió por mi cuerpo entero.

Una chispa se encendió entre nosotros que nunca habíamos previsto. A partir de ese día, nos aseguramos de encontrarnos en la biblioteca, asegurándonos de que nuestras conversaciones no parecieran fuera de lo común para los demás. Pero cada encuentro, cada mirada que compartíamos se llenaba de una tensión palpable, un deseo creciente que amenazaba con consumirnos.

Una tarde, mientras la universidad parecía más vacía de lo usual, nos encontramos en una de las salas de lectura más alejadas. La luz dorada del atardecer se filtraba por las ventanas, creando un ambiente casi onírico. Nos sentamos frente a frente, pero la distancia entre nuestras sillas parecía una barrera insostenible. Sin mediar palabra, Daniel se acercó, inclinándose sobre la mesa.

«Carolina, esto no es solo una atracción pasajera, es algo que siento en mi alma», murmuró cerca de mi oído. Su aliento cálido contra mi piel hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.

Y ahí, en el rincón más romántico de una sala de lectura olvidada, nuestros labios se encontraron. Fue como si el tiempo se detuviera, uniendo dos almas que habían estado esperando encontrarse. El beso fue suave al principio, exploratorio, pero rápidamente se volvió más urgente, cargado de toda la pasión acumulada.

El peso de nuestros actos nos golpeó cuando nos separamos, respirando entrecortadamente. Pero en sus ojos vi el reflejo de mis propios sentimientos —una mezcla de miedo y euforia.

«Carolina, esto no tiene por qué ser el final, pero debemos ser cuidadosos», dijo, sus palabras resonando con una seriedad que le daba un peso tremendo.

Estaba más clara que nunca la realidad de nuestra situación. Pero en ese momento, no podía imaginar apartarme de él. Sentía que mi vida había ganado un nuevo sentido, un fuego impetuoso que no había experimentado en años.

La relación secreta continuó, de manera intermitente pero intensa. Cada encuentro, cada mensaje expuesto a riesgos infinitos, llenaba mi vida de una emoción que ninguna novela podría describir con precisión. Era un peligroso juego, pero uno que ambos estábamos dispuestos a jugar por el bien de lo que sentíamos.

Finalmente, llegó un punto en el que supe que tenía que enfrentar mi realidad con Javier. No podía seguir viviendo una doble vida. No quería lastimarlo, pero también sabía que debía ser fiel a mis propios sentimientos. La verdad tenía que salir a la luz.

La confrontación fue difícil, como era de esperar. Javier, nunca siendo impulsivo, me escuchó con un dolor evidente en sus ojos. «Carolina, solo quiero que seas feliz», dijo finalmente. «Aunque eso signifique que debamos separarnos.»

Su generosidad y comprensión me rompieron el corazón, pero también me aliviaron. Fue una catarsis emocional, un acto necesario para reiniciar nuestras vidas con una honestidad renovada.

Con el tiempo, Javier y yo encontramos una manera de seguir adelante, aunque más distantes, pero con un respeto mutuo más profundo. En cuanto a Daniel, seguimos adelante, aunque siempre conscientes de los límites y las responsabilidades que aún teníamos.

Nuestra historia fue un viaje de descubrimiento y pasión, uno que me enseñó el valor de la autenticidad, pero también el precio que a veces debemos pagar por seguir el corazón.

Conclusión: Así terminó nuestro apasionado y arriesgado romance, en una encrucijada emocional que cambió nuestras vidas para siempre. ¿Y tú, alguna vez has sentido la llama de un amor prohibido? ¿Crees que vale la pena seguirlo, aunque conlleve riesgos? Déjame tu opinión en los comentarios.

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