La chispa del amor en la oficina

¿Alguna vez has sentido una atracción inexplicable por alguien con quien nunca esperaste tener una conexión? Si es así, te invito a leer mi historia. Antes de empezar, no olvides suscribirte y activar las notificaciones para recibir nuevas historias pronto.

Todo comenzó en una tarde calurosa de verano, una de esas en las que el aire acondicionado se convierte en tu mejor amigo. Trabajaba en una elegante oficina en el centro de la ciudad, una empresa multinacional donde el protocolo y la formalidad eran la norma. Sin embargo, entre los pasillos alfombrados y las salas de reuniones de vidrio, se escondían secretos más intensos de lo que uno podría imaginar.

Llevaba ya cinco años en la empresa, rodeada de los mismos rostros familiares. Mi rutina era estable, casi predecible. Sin embargo, todo cambió con la llegada de Marcos. Su incorporación fue anunciada en una breve reunión matutina: nuevo director de marketing, joven promesa, trayectoria impecable. No presté demasiada atención; mi foco estaba en los informes que debía presentar esa semana.

Hasta que lo vi. Alto, de porte elegante y una sonrisa que irradiaba confianza. Sus ojos, de un color indefinible entre verde y gris, parecían tener la capacidad de leer tus pensamientos con una sola mirada. Aparentemente, para la mayoría de las compañeras de oficina, él era una figura casi inalcanzable, pero para mí, era una tentación caminante.

Mi vida personal era tranquila. Casada con Antonio desde hacía ocho años, teníamos una relación estable, aunque algo monótona. La chispa de los primeros tiempos se había desvanecido, y nuestra conexión era más camaradería que pasión. Pero nunca pensé que eso me llevaría a cruzar una línea que hasta entonces mantenía sagrada.

Marcos y yo empezamos a interactuar por cuestiones laborales. Nuestra primera reunión fue estrictamente profesional, rodeada de gráficos de ventas y análisis de mercado. Sin embargo, no pude evitar notar cómo cada vez que hablaba, sus ojos se posaban en los míos con una intensidad que me hacía estremecer.

Pasaron semanas en las que traté de ignorar aquella atracción. Pero Marcos parecía tener otros planes. En una tarde en la que la oficina estaba inusualmente vacía, me invitó a tomar un café en la sala de descanso. Acepté, tratando de mantener la compostura.

— ¿Te gusta tu trabajo aquí? —me preguntó mientras agitaba lentamente el azúcar en su taza. — Sí, es un buen lugar. —respondí, e intentando desviar la conversación de lo personal, añadí—. Los proyectos de marketing parecen ser emocionantes.

Él me observó en silencio por un momento, y luego, con una sonrisa traviesa, dijo: — Nunca sabrás cuán emocionantes pueden llegar a ser.

Esa noche, no pude sacarme su mirada de la cabeza. Me giraba y giraba en la cama, con Antonio durmiendo a mi lado, ajeno a mis pensamientos. «¿Qué estás haciendo?», me repetía a mí misma, pero el magnetismo de Marcos era difícil de ignorar.

Finalmente, todo llegó a un punto crítico en una cena de la empresa. Era un evento formal, donde todos debían asistir vestidos de gala. Opté por un vestido negro, clásico pero con un toque de sofisticación. Antonio, por asuntos de trabajo, no pudo acompañarme, así que asistí sola.

Al llegar, sentí la mirada de Marcos desde el otro lado de la sala. Durante la cena, fue cortés y profesional, pero su mirada se cruzó con la mía más veces de las que eran necesarias. Cuando la velada empezaba a decaer y algunos compañeros se retiraban, él se acercó.

—¿Te gustaría dar un paseo? —me preguntó en voz baja, casi conspirativamente.

Algo en su tono y en la manera en que sus ojos brillaban bajo la luz tenue del salón me hizo aceptar, casi sin pensar. Salimos del bullicio del evento y caminamos por un jardín adyacente. La brisa de la noche y la serenidad del lugar contrastaban con la turbulencia que sentía en mi interior.

Nos acercamos a una pérgola cubierta de glicinas. Allí, lejos de miradas indiscretas, Marcos hizo algo que nunca olvidaré. Tomó mi mano con una suavidad inesperada y dijo: —Me he sentido atraído por ti desde el primer día que te vi. Sé que es complicado, pero no puedo evitar querer conocerte más, no solo en lo profesional.

Su confesión me desarmó. Sentí un torrente de emociones encontradas, una mezcla de miedo y deseo. La moralidad y la tentación batallaban en mi mente. Pero antes de que pudiera responder, sus labios se acercaron a los míos con una lentitud que hizo que todo mi ser se tensara de anticipación. Cuando finalmente se unieron, sentí una electricidad que nunca había experimentado antes.

El beso fue breve pero intenso, cargado de una promesa que ambos sabíamos que no podíamos cumplir del todo. Nos separamos, aún respirando con dificultad, y la realidad nos golpeó.

—Tengo que irme —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.

Marcos asintió, comprendiendo, y me dejó marchar sin más preguntas. Esa noche, al llegar a casa, me pregunté si había cruzado una línea de la que no podría volver. La chispa que había desaparecido en mi matrimonio se había encendido, pero en los brazos de otro.

Desde entonces, mi relación con Marcos en la oficina se volvió sutilmente diferente. Había un entendimiento mutuo, una complicidad silenciosa que pocos sospecharían. Aunque no volvimos a repetir aquel momento, la intensidad entre nosotros seguía ahí, latente, casi palpable en cada encuentro.

Nunca le conté a Antonio sobre aquella noche, y mi vida continuó con su curso habitual. Pero algo en mí había cambiado, una parte de mí se había despertado con un fuego nuevo. Y cada vez que el recuerdo de aquel beso volvía a mi mente, no podía evitar preguntarme: ¿Era posible vivir toda una vida con una chispa encendida únicamente dentro de uno mismo?

¿Qué opinas sobre mi historia? ¿Crees que se puede mantener intacta la moralidad en las relaciones o todos somos susceptibles a las tentaciones del corazón en algún momento? Déjame tu opinión en los comentarios.

Deja un comentario