Infieles llenos de pasión

¿Alguna vez te has preguntado qué sucede cuando alguien se cruza inesperadamente en tu vida y despierta emociones que creías dormidas? Déjame contarte mi historia, pero primero, asegúrate de suscribirte y activar las notificaciones para no perderte ninguna de nuestras próximas historias.

Todo comenzó una tarde lluviosa de noviembre, una de esas en las que el cielo gris parece invadir cada rincón. Estaba en la oficina, sumergida en una pila interminable de papeles y correos electrónicos, cuando recibí la inesperada llamada de Sophie, mi mejor amiga desde la universidad.

—Amelia, tienes que venir hoy a la inauguración de la galería de arte de mi primo. No acepto un no por respuesta —exclamó con su entusiasmo característico.

Aunque me encontraba exhausta y no era precisamente una experta en arte, el tono incitante de Sophie me hizo ceder. Aquella noche, me vestí con un elegante traje negro y un par de tacones a juego, tratando de sentirme un poco más animada.

La galería estaba llena de luces suaves que acariciaban un sinfín de lienzos vibrantes. Me perdí entre los colores y las sombras, sintiendo una extraña paz a pesar del bullicio. Fue entonces cuando lo vi. Estaba de pie, observando intensamente una pintura abstracta, con una copa de vino en la mano. Alto, de apariencia franca y joven, con un aire de misterio que atrapó mi atención al instante.

Me acerqué y, sin pensarlo demasiado, esbocé una sonrisa.

—Increíble el uso de los colores, ¿no te parece? —comenté.

Él apartó la vista del cuadro y sus ojos verdes, tan profundos como el océano, se encontraron con los míos. Sonrió, y en ese instante supe que mi vida estaba a punto de cambiar.

—Sí, es realmente fascinante. La artista ha capturado algo único. Por cierto, soy Daniel. —Extendió la mano, y al tomarla, un escalofrío me recorrió la columna.

La conversación fue fluyendo de manera natural. Compartimos anécdotas, risas y miradas que decían mucho más de lo que las palabras podían expresar. Me sentía como si lo conociera de toda la vida. Sin embargo, había un detalle que escogería no mencionar: estaba casada.

Mi matrimonio con Javier era estable, aunque la monotonía y la rutina habían apagado hace tiempo la pasión que alguna vez habíamos compartido. Sin embargo, aquella noche con Daniel reavivó una chispa olvidada.

Nos despedimos con la promesa de vernos de nuevo. Y así fue. A partir de aquella noche empezamos a encontrarnos con frecuencia, en cafeterías escondidas, parques solitarios y calles desiertas. Cada encuentro era más intenso que el anterior, y pronto ya no pudimos resistir la atracción que nos unía.

Una tarde, después de una larga caminata por el retiro, nos refugiamos en un pequeño hotel. La lluvia caía con fuerza en las ventanas mientras Daniel me abrazaba con pasión contenida. Sentía su respiración acelerada, el calor de su cuerpo invadiendo cada rincón del mío. Cada caricia, cada beso nos acercaba más.

—Amelia, estás preciosa —susurró, mirándome con una intensidad que me hizo temblar.

Sin preocuparse por el tiempo, me llevó a la cama y, lentamente, nuestros cuerpos se fundieron en una danza de deseo y pasión. Fue una experiencia que me llevó al límite, haciendo que cada fibra de mi ser vibrara con una intensidad que no había sentido en años.

Pasaron semanas, meses incluso, en los que vivimos nuestro romance oculto con una mezcla de culpa y felicidad. Pero sabíamos que aquello no podía durar para siempre. Una noche, mientras nos encontrábamos en uno de nuestros lugares favoritos, Daniel me tomó de la mano y me dijo:

—Amelia, debemos hablar.

Sentí un nudo en el estómago, sabiendo lo que estaba por venir. Daniel estaba decidido a ponerle fin a nuestro idilio. Sabía que mi corazón pertenecía a dos mundos, uno de estabilidad con Javier, y otro de pasión incandescente con él.

Nos despedimos con un último beso, lleno de todas las emociones no dichas, y con la promesa de recordar siempre lo vivido.

Ahora, cada vez que miro la pintura abstracta que cuelga en mi sala, un regalo de Daniel en nuestra última noche juntos, me pregunto: ¿Hice lo correcto al dejarlo ir? ¿Debería haber arriesgado todo por un amor que, aunque breve, fue más intenso que cualquier otra cosa? Te invito a comentar tu opinión. ¿Qué piensas tú?

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