El secreto de la sala de juntas

¿Te has encontrado alguna vez en una situación donde la atracción hacia otra persona es simplemente irresistible, a pesar de las consecuencias que podría traer consigo? Déjame contarte mi historia… Suscríbete y activa las notificaciones para recibir nuevas historias pronto.

Siempre fui una persona que valoraba la honestidad y la lealtad en una relación. Mi esposo, David, y yo, llevábamos una vida tranquila y cómoda después de casi diez años de matrimonio. Nos conocimos en la universidad, y desde entonces habíamos sido inseparables. Pero, la rutina y la monotonía se habían instalado lentamente en nuestra vida amorosa.

Todo cambió cuando empecé en mi nuevo trabajo. No esperaba que mi vida diera un giro tan inesperado en aquel entonces. El primer día de trabajo, lo conocí. Su nombre era Andrés, y era todo lo que nunca pensé que necesitaría. Entré tímidamente en la oficina y él, con su sonrisa deslumbrante y esos ojos penetrantes, fue el primero en recibirme. Desde el primer momento, una corriente eléctrica recorrió mi cuerpo, algo que no había experimentado en años.

Andrés era mi nuevo compañero de equipo. Era atento, divertido y extremadamente inteligente. Con el tiempo, nuestras conversaciones comenzaron a volverse más personales. Me encontré compartiendo detalles de mi vida con una facilidad que me asustaba y me excitaba al mismo tiempo. Empezamos a almorzar juntos y nuestras risas resonaban en la cafetería de la oficina.

—¿Sabes, Claudia? —dijo Andrés un día mientras compartíamos una taza de café—. Siempre me he preguntado cómo alguien puede estar con una sola persona toda la vida.

Su comentario despertó algo dentro de mí, una reflexión que nunca había permitido salir a la superficie. ¿Era posible amar a una sola persona toda la vida y no desear a nadie más?

Una tarde, después de una reunión particularmente estresante, Andrés sugirió tomar una copa después del trabajo. Inicialmente, me resistí pensando en lo inapropiado que parecía, pero algo en sus ojos me convenció.

Nos sentamos en un bar elegante, las luces tenues y la música suave proporcionaban una atmósfera íntima. Nos mirábamos intensamente, cada uno analizando las emociones que estaban emergiendo. Una copa se convirtió en dos y la conversación fluyó de una manera tan natural que me olvidé del mundo exterior.

De repente, en un arranque de valentía, Andrés tomó mi mano.

—Claudia, hay algo en ti que no puedo ignorar. No sé si es tu risa, tu inteligencia o simplemente esta conexión inexplicable que siento cada vez que estoy cerca de ti.

Mi corazón palpitaba desbocado. Sabía que estaba en terreno peligroso, pero no podía detenerme.

Luego ocurrió algo inevitable, algo que había estado gestándose desde el día que nos conocimos. Andrés se inclinó y me besó suavemente. Fue un beso lleno de ternura, pasión y un deseo contenido que se desbordó en ese instante. Sentí como si todo mi ser despertara de un letargo.

Sin embargo, ese beso no fue el final, fue solo el comienzo. A partir de esa noche, nuestras reuniones se volvieron más frecuentes y furtivas. Encontrábamos excusas para salir juntos, buscando siempre momentos de intimidad. Cada encuentro era una lucha entre el remordimiento y el deseo. Pero, en esos momentos, el deseo siempre ganaba.

Nos encontrábamos en pequeños cafés ocultos, pasajes solitarios y rincones oscuros donde podíamos sucumbir a la pasión que nos consumía. Recuerdo una vez, en un parque casi desierto al atardecer, donde nos dejamos llevar por un ardor irreprimible. Sus caricias encendían mi piel y cada vez que susurraba mi nombre, sentía un estremecimiento que sacudía mis cimientos.

Sin embargo, cada vez que volvía a casa, me invadían los sentimientos de culpa y confusión. David, mi esposo, no merecía esto. Era un hombre bueno y amoroso. En cuanto entraba por la puerta, me esforzaba por desligarme de Andrés e intentar ser la esposa que David conocía y merecía. Pero cada vez era más difícil, y las emociones encontradas me destrozaban por dentro.

Un día, Andrés y yo nos encontrábamos trabajando hasta tarde en la oficina, la tensión se hacía insoportable. Alrededor de la medianoche, cuando el silencio reinaba, me besó ardientemente, y sin planearlo, nos encontramos en un apasionado encuentro en la sala de reuniones. Su piel contra la mía, el sentir su respiración entrecortada, fue una experiencia que me marcó profundamente. Fue ese momento justo después, cuando todo se silenció, donde comprendí la magnitud de lo que significaba el deseo no correspondido en mi matrimonio.

Al día siguiente, me levanté sintiendo una mezcla de satisfacción y remordimiento. No sabía cuánto más podía seguir viviendo esta doble vida. Me encontraba en una encrucijada donde debía decidir entre la estabilidad y el deseo.

Ahora, mientras te cuento mi historia, me pregunto: ¿Es posible equilibrar la pasión y la lealtad, o siempre se debe sacrificar una por la otra? ¿Qué harías en mi lugar? Deja tus pensamientos en los comentarios.

Recuerda suscribirte y activar las notificaciones para recibir nuevas historias pronto.

Deja un comentario