El desliz con el socio de mi esposo

¿Alguna vez has sentido que la vida te lleva por caminos inesperados, sucumbiendo ante tentaciones que creías prohibidas? Siéntate y acompáñame en esta travesía que cambiará la forma en que miras el deseo y la fidelidad.

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Era una mañana de primavera cuando todo comenzó a transformarse en mi vida. Vivía en un barrio tranquilo, donde cada casa parecía tener su propia historia oculta tras sus paredes. Yo, Clara, era una mujer de treinta y cinco años, casada con Alfredo desde hace diez. Nuestra vida era una rutina apacible: él trabajando largas horas en su empresa y yo dedicándome al diseño de interiores desde nuestro hogar.

Todo cambió cuando, un día cualquiera, Alfredo me pidió que lo acompañara a una cena de negocios en la ciudad. No solía involucrarme en su mundo laboral, pero accedí. Vestí mi mejor vestido, un azul marino ajustado que me gustaba por cómo resaltaba mi figura. Durante la cena, me presentaron a varias personas, pero hubo una en particular que capturó toda mi atención: un hombre llamado Roberto, socio de Alfredo.

Roberto era carismático, de esos hombres con una presencia arrolladora que te atrae irremediablemente. Su sonrisa, su mirada penetrante y su voz grave me hicieron sentir un cosquilleo desconocido. Durante la cena, intercambiamos miradas furtivas y sonrisas tímidas, como si nuestras almas ya se conocieran de alguna otra vida.

Al finalizar la velada, Alfredo insistió en que Roberto nos llevara a casa, ya que había asistido solo y vivía cerca de nosotros. El camino de regreso estuvo lleno de conversaciones triviales, pero había una tensión palpable en el aire, al menos para mí. Cada curva que tomaba el coche parecía acercarnos más a un punto sin retorno.

Los días siguientes fueron un tormento. No podía dejar de pensar en Roberto, en esa chispa que había encendido en mí. Fue entonces cuando comencé a recibir mensajes en mi teléfono; al principio, simples saludos de cortesía, pero rápidamente se transformaron en conversaciones más profundas y personales.

Alfredo estaba tan inmerso en su trabajo que difícilmente notaba mi cambio de actitud. Aproveché su ausencia para mantener mis charlas con Roberto, explorando emociones que creía olvidadas. Nuestros diálogos fueron desarrollándose en una complicidad que solo conocían nuestras palabras.

Una tarde, mientras trabajaba en un proyecto, recibí un mensaje de Roberto invitándome a tomar un café. Dudé unos segundos, pero finalmente acepté. Nos encontramos en una cafetería discreta y acogedora. Después de las formalidades iniciales, la conversación fluyó fácilmente, confundiéndonos con risas y confesiones que mantuvieron nuestra complicidad.

No sé en qué momento exacto sucedió, si por el roce de sus dedos al entregarme la taza de café o por la manera en que sus ojos se posaban en mí, pero me di cuenta de que había cruzado una línea invisible. Roberto era todo lo que mi vida monótona había dejado de ser: emoción, anticipación y deseo.

Nos despedimos con un abrazo que duró segundos más de lo debido, y supe que algo más iba a ocurrir. Esa noche, Alfredo llegó tarde como de costumbre, y mientras él se sumía en sus asuntos de siempre, mi mente estaba ocupada recordando la sensación de los brazos de Roberto.

Al día siguiente, decidí ir al estudio de Roberto, donde él me había invitado bajo el pretexto de enseñarme su nuevo proyecto. El lugar era moderno, con amplias ventanas que dejaban entrar la luz del sol. Al entrar, Roberto me recibió con una sonrisa y me llevó a un rincón apartado, decorado con sofás y plantas que creaban un ambiente íntimo.

Nos sentamos a charlar, pero pronto la conversación derivó en una tensión palpable. Sentí su mano rozar la mía y luego deslizarse por mi brazo. Mi respiración se aceleró al compás de sus caricias. Lo miré a los ojos, esos ojos que parecían desvelar todos los secretos escondidos de mi alma. En un impulso irrefrenable, nos besamos, uniendo nuestras almas en un encuentro apasionado y lleno de deseo.

El tiempo pareció detenerse mientras explorábamos cada rincón de nuestro ser en aquel sofá. Nuestros cuerpos se entrelazaron, mermando cualquier distancia que pudiera haberse interpuesto entre nosotros. Fue un encuentro que dejó huella en mi piel, una marca indeleble de lo prohibido que había conquistado mi corazón.

Al finalizar, nos quedamos en silencio, con nuestras respiraciones aún agitadas. Roberto acarició mi rostro y supe, sin necesitar palabras, que esto no era solo un error pasajero, sino algo más profundo. Nos despedimos con la promesa silenciosa de encontrarnos de nuevo.

Los días que siguieron fueron una mezcla de culpa y euforia. Alfredo seguía sin sospechar nada, absorto en sus responsabilidades, y mientras tanto, yo seguía encontrándome con Roberto en lugares discretos donde nos entregábamos sin reservas a nuestra pasión.

Esta doble vida me llevó a preguntarme si el deseo puede ser más fuerte que el compromiso, si las emociones dormidas pueden despertar y rebasar cualquier barrera. Roberto me mostró una parte de mí que había olvidado, una mujer llena de vida y deseo.

Pero ninguna historia es eterna y perfecta. Llegó el momento en que Alfredo comenzó a notar mi distracción, mis ausencias, y las sospechas se entrelazaron con sus miradas inquisitivas. Su confrontación fue inevitable y desgarradora. Tuve que afrontar la realidad de mis decisiones y el impacto que estas había tenido en nuestra vida compartida.

Al final, mi historia con Roberto fue un capítulo intenso y breve en mi vida. Alfredo y yo tuvimos que tomar caminos separados, y aunque la culpa y la tristeza persistieron por un tiempo, aprendí que a veces, el deseo puede llevarte a lugares insospechados y reveladores de tu verdadero ser.

¿Qué opinas tú? ¿Crees que el deseo puede sobrepasar la fidelidad? Déjame tus pensamientos en los comentarios y suscríbete para más relatos apasionantes.

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