Amores ocultos y prohibidos

¿Alguna vez te has sentido atraída por alguien que no deberías? Permíteme contarte lo que me sucedió y cómo un momento inesperado cambió todo…

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Me llamo Carmen y llevo quince años casada con Álvaro, un hombre maravilloso, atento y cariñoso. Nuestra vida, equilibrada y aparentemente perfecta, giraba en torno a nuestros hijos, nuestro hogar y nuestra rutina diaria. Sin embargo, jamás imaginé que una visita al estudio de artistas donde trabajo podría encender una chispa que aún arde en mi interior.

Esa mañana, llegué al estudio temprano, como de costumbre. Me dedico a la restauración de obras de arte y ese día recibíamos a un nuevo colega, Daniel, un escultor de renombre que venía a colaborar en un proyecto especial. Cuando lo vi por primera vez, sentí una extraña conexión, algo más allá de lo profesional. Su presencia era magnética, su mirada profunda parecía atravesar mi alma y, como si fuera poco, su voz grave y pausada resonaba en mi mente.

A lo largo de los días, Daniel y yo trabajamos en estrecha colaboración. Cada conversación, cada roce accidental y cada mirada compartida incrementaban la tensión que ya era palpable entre nosotros. Me encontraba atrapada en una mezcla de emociones, entre la culpa por sentir lo que no debía y el deseo creciente que no podía ignorar.

Una tarde mientras revisábamos una escultura antigua, Daniel se acercó más de lo habitual. Su proximidad me hizo perder la concentración y, con una suavidad que me erizó la piel, me tomó la mano. “Carmen, no podemos seguir ignorando esto”, susurró a mi oído, y la intensidad de su voz envió un escalofrío por mi espalda.

Nos quedamos en silencio, mirándonos, perdidos en un momento que parecía eterno. Finalmente me separé, tratando de recuperar la compostura. “Esto es una locura, Daniel. Estamos jugando con fuego”, dije, aunque una parte de mí anhelaba seguir. Pero él no se rindió, me miró con firmeza y respondió, “A veces, el fuego es lo que necesitas para sentirte viva”.

A partir de ese instante, todo cambió. Empezamos a vernos fuera del estudio, en pequeños cafés escondidos, en parques que ofrecían la privacidad que ambos anhelábamos. En cada encuentro, nuestras conversaciones se intensificaban, al igual que el deseo mutuo. Esa conexión que sentía se profundizaba y me envolvía en un torbellino de emociones.

Una noche decidimos encontrarnos en su apartamento, un espacio que reflejaba su arte y su personalidad. Estaba nerviosa, el corazón me latía a mil revoluciones mientras abría la puerta y me recibía con una sonrisa cálida y acogedora. Me mostró sus esculturas, sus proyectos más personales, y cada detalle de su vida que pocos conocían.

Era inevitable, sentía una atracción que no podía seguir negando. Cuando finalmente nuestros labios se encontraron, fue como si una bomba explotara dentro de mí. En ese momento, no había espacio para la culpa o para las consecuencias, solo existían Daniel y mis deseos más profundos. Nuestros encuentros se volvieron más frecuentes, más apasionados, cada momento compartido era un escape de la monotonía y una expulsión de mi verdadero yo.

Mientras tanto, en casa, el sentimiento de culpa hacia Álvaro crecía, a pesar del placer y la emoción que experimentaba con Daniel. Amar a dos personas a la vez me desgarraba por dentro, me obligaba a cuestionar la naturaleza de mis sentimientos y los fundamentos de mi matrimonio. ¿Era injusto para Álvaro, quien siempre había sido un esposo ejemplar? Sin duda. Pero también me sentía viva de una manera que no había sentido en años.

Llegó un punto en el que supe que debía tomar una decisión. No podría seguir viviendo en medio de esta dualidad. Un día, después de una apasionada velada con Daniel, me miró y dijo: “Carmen, no puedo seguir compartiendo tu corazón. Dame una señal, dime qué va a pasar con nosotros”.

Esa pregunta me atormentó durante días, me hizo revisar cada rincón de mi alma, cada momento compartido con Álvaro y conmigo misma. Finalmente, supe que no podía seguir dañando a las personas que amaba. Decidí terminar mi relación con Daniel, sabiendo que mis sentimientos por él siempre estarían presentes, pero entendiendo que debía reconectarme con la verdadera base de mi vida.

El final de nuestra relación fue doloroso, pero necesario. Regresé con una renovada actitud a Álvaro, intentando reavivar nuestro amor, algo que quizás había dado por sentado durante demasiado tiempo. Pero ahora, cada vez que miro atrás, me pregunto si tomé la decisión correcta.

¿Qué hubieras hecho en mi lugar? ¿Alguna vez has sentido una conexión tan intensa que te hizo cuestionar todo? Déjame saber tu opinión en los comentarios.

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